27.10.10

99. un consejo justo a tiempo


El líquido azul gotea por la ventana de la habitación de una joven. Pequeños agujeros de luz atraviesan la persiana. Las puertas del mueble portacd están abiertas. Ondulan con el viento de la habitación. Ella está dormida.

X está terminando de vestirse. Apurado, busca las llaves. Recorre 3 espacios chicos. Cocina, living room, y su cuarto. Su cuarto, cocina, living room. Living, cocina, cuarto room. Encuentra las llaves donde no las había dejado. Mientras camina hacia la puerta, echando vistas, trata de no olvidarse nada. Justo antes de salir recuerda que la persona con la que va a encontrarse suele ser impuntual. Por este motivo retrasa su salida. Tira papeles a la basura. Sentado frente a la computadora fuma un cigarrillo.
X se sumerge en un túnel, reflexionando sobre su obsesión. Desde hace meses, casi un año, arrastra un problema sin resolver. Al sumergirse de esta manera no tiene en cuenta el tiempo de la superficie.
-El problema es que él no puede resolverlo.-
10 minutos y sale. Sube al auto, conduce tranquilo, escucha música. Si alguien quiere pasarlo, se hace a un lado.
Estaciona y al no ver a nadie se pregunta si no se equivocó de dirección. O si la persona que espera desistió del encuentro. Justo entonces recuerda, con mayor precisión, que era él quien solía llegar tarde. A veces justificadamente, como en este caso, se dice X. Nada mal para una simple incógnita.
De pronto se cierra el cielo y llueve. Algunos paraguas se mueven de aquí para allá llevando personas. Parado en la esquina señalada, bajo un toldo, X contiene las ganas de prender un cigarrillo.

(45 min. Para reescribir 20 líneas. 1ra persona en pasado. 1ra persona en presente. La 3ra. entra mejor que la segunda y cuarta no hay. Muy bien. Puede hacerse. Es un hecho. Ahora, falta la historia. Esta puede demorar días, meses, años incluso. Todo un living room.
Pero es necesario acelerar las cosas.)[1]

Ella pasea en bicicleta en su sueño. Tiene el pelo corto, a la altura de la reja. Despierta y decide salir. Antes de hacerlo toma su saco rojo. Recorre las calles húmedas. Toma un colectivo que no sabe a donde la lleva. O si sabe, pero lo ha olvidado. Tal vez en el futuro.

Al final de la calle un nuevo cielo se marcha. Un chico surgido de la nada pregunta la hora, si conoce algún supermercado y la hora otra vez. X lo mira bien, duda si es un chico o una chica. Tiene el pelo largo, desgreñado, sucio. Antes de contestar, otra chica pasa como una inspiración por su lado y se lleva a su compañero tomándolo de la campera. X los ve alejarse en dirección a la tormenta. Alguien toca su hombro.

Ahora están tomando un café. Dieron vueltas por la ciudad con el auto, a tientas, dejándose llevar por la misma casualidad que los había encontrado. Ella no era la persona que esperaba X, al menos no la que esperaba en ese momento. X tampoco era la persona que ella, K, estaba buscando. Pero dada la situación, la lluvia, y un barcito de barrio acogedor, el destino se impone.
K y X se conocen desde hace mucho tiempo, pero hace mucho tiempo también que no saben nada el uno del otro. La conversación es rara. Una mezcla de familiaridad y de extrañeza fluye por sus miradas, por las palabras que se dicen, sorteando el humo del café, sonando como una campana mojada, a lo lejos, bajo la lluvia. X contiene su sonrisa, sus labios tiemblan. K observa su taza, y hacia un costado y luego hacia X. K divide sus miradas en 3. X sólo mira a K, y en algún momento hacia el costado, hacia ningún punto en particular (nada lo distrae), para que ella no se sienta incomoda. La charla transcurre como un río serpenteante que regresa por una curva equivocada y se introduce en el pasado. Viejas chispas saltan sobre la mesa de madera, iluminando acciones donde K y X son los protagonistas de una fotografía, de un sobrenatural viaje al mas allá (me lleva el diablo, dice K), o de un robo a un local de comidas rápidas en pleno centro. Las chispas se reflejan en la ventana, en las gotas que resbalan del lado de afuera y llegan débilmente a la ventanilla de un auto que pasa. Un tenue brillo acompaña el auto hasta internarse en la provincia.

Dos chicos, o mejor dicho, dos chicas entran en el café apuradamente, sacudiéndose el agua de unos pilotos imaginarios. Están empapados, pero se ven activos, irredentos, a la saga. Se acercan a la mesa de K y X quienes se hallan en silencio. X tiene una de las manos de K tomada entre las suyas, sobre la mesa. No ven a las chicas hasta que se hallan justo frente a ellos. Una de ellas, el chico, pregunta a K por un supermercado. La otra chica se rasca el pelo largo, revuelto, enredado. Suena la campanilla de la puerta. Los 4 se dan vuelta y ven entrar a un perro que se dirige también hacia la mesa, como si llegara tarde pero seguro a una reunión previamente pactada. El chico vuelve a preguntar por un supermercado. El perro resopla. K sonríe.

Los 5 montan el auto y salen de la ciudad a la búsqueda de un supermercado decente.


[1] N.d.A.